Initio / México y América Central / La violencia toma lugar / Los que viven en Luvina. Poder y violencia en el México rural.

Los que viven en Luvina. Poder y violencia en el México rural.

Mexico & Central America

Este texto es la conclusión de la serie La violencia toma lugar, coordinada por Jayson Maurice Porter y Alexander Aviña.

Haga clic aquí para descubrir la serie entera.

¿Dices que el gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú no conoces al gobierno?

Ultima Tule: la parte más al norte del mundo habitable en la Antigüedad.

Juan Rulfo, Luvina. El llano en llamas, 1953.

Ahí viene el gobierno.

“Ahí viene el gobierno”. En la época de 2005-2007, cuando hice trabajo de campo en la costa de Guerrero y visité a mi familia de Tierra Caliente, Michoacán, oí muchas veces esa expresión, cada vez más común por la constante presencia de soldados y convoyes militares. Me recordaba a Juan Rulfo, el gran narrador mexicano que, décadas atrás, relató la vida rural de los años posteriores a la revolución de 1910.

¿Qué significa la expresión? ¿Qué significa que algunos habitantes de la costa de Guerrero y de Tierra Caliente identifiquen al Estado mexicano sobre todo con sus fuerzas de seguridad? ¿Qué quiere decir que el Estado sea concebido como algo móvil y externo, caracterizado por una falta de permanencia y por estar armado hasta los dientes? ¿Cómo explicar que, cuando el Estado “aparece” de forma palpable —y, en épocas recientes, en forma de ejército y policía federal supuestamente dirigiendo una guerra contra las drogas y las organizaciones criminales— en realidad la violencia aumente?

De cierta forma, la expresión muestra la mirada local sobre la política, cultura y geografía económica del México de hoy y, en especial, sobre la gran distancia conceptual que sigue habiendo entre la ciudad y el campo, la provincia y la capital, el norte y el sur de México. Después de dos revoluciones (1810 y 1910), una independencia pactada (1821), varias invasiones extranjeras y múltiples rebeliones internas y guerras civiles, el imaginario espacial colonial ha demostrado ser muy sólido. Por ejemplo, en su texto de 1971 sobre la Tierra Caliente michoacana, el historiador Luis González y González escribió que la región admitía alternativamente las descripciones de Última Tule de “fondillo del mundo”; un lugar donde los locales “afirman haber visto difuntos terracalenteños condenados al purgatorio que volvieron por su cobija”.1 Esos terracalenteños salieron directo de los relatos de Rulfo, de Luvina, de Comala, de los llanos en llamas.

Desentrañar la violencia local permite discutir las narrativas dominantes que reducen la violencia a las externalidades del tráfico de droga en regiones, donde el Estado supuestamente está “ausente”.

Los autores de la serie La violencia toma lugar afirman que esas comunidades y miradas regionales tienen implicaciones más amplias para entender la dinámica de violencia contemporánea en el México rural. Desentrañar la violencia local —con su contexto histórico y etnográfico— inserta en contextos sociales específicos, complica las narrativas que reducen la violencia a las externalidades del tráfico de droga en regiones donde el Estado supuestamente está “ausente”. Nos obliga a expandir nuestros horizontes históricos hasta antes de 2006 y a pensar en cómo las historias locales de la tenencia de tierra, la reforma agraria y el autoritarismo político tras la Revolución de 1910 “ponen la mesa” —una metáfora de Cecilia Farfán Méndez y Jayson Porter— para que surja de manera gradual una economía de drogas ilegales.

Enfocarse en la tierra, los mercados y el capitalismo también exige que extendamos los horizontes geográficos para entender cómo la creación de la agricultura comercial orientada hacia la exportación en regiones como Sinaloa y Michoacán sumió a las comunidades rurales en una presión nacional y transnacional que después aumentaría por la industria global de narcóticos y que se extendería a otras localidades.

Esta serie editorial, en resumen, habla del poder y de su historia en el campo mexicano.

Más allá de la presencia o ausencia del Estado

Como afirma convincentemente la etnógrafa Irene Álvarez en la introducción, “en varias zonas rurales de México, no tiene sentido la ruptura entre un país supuestamente ‘gobernable’ y otro plagado de violencia”.2 La frontera imaginaria entre “gobernable” e “ingobernable por violencia” que conciben las élites políticas actuales tiene una larga historia postcolonial arraigada, sobre todo, en momentos y procesos pasados de lucha política que alguna vez definieron quién gobernaría el país y, más importante, cómo lo gobernaría.3 Pensar en ciertas regiones como Utima Tule, como hace González y González, ha moldeado históricamente la construcción del Estado mexicano, sin importar si se construye de forma épica o sutil.

Para los políticos e intelectuales de las décadas posteriores a la Independencia, la cartografía tenía fronteras que dividían a la “civilización” de la “barbarie”, a la gobernanza de élite, por un lado, y a la guerra racial de castas por el otro.

¿Qué es lo que está en juego? Desde la independencia, las percepciones y la producción de conocimiento han influido en cómo las distintas formas del Estado —desde la corta monarquía de Agustín de Iturbide hasta el Estado neoliberal post-1982— se interrelacionan con las comunidades e individuos que viven en regiones imaginadas como fronteras lejanas. La capacidad para la autogobernanza, e incluso para la democracia, dependían de la ubicación conceptual de dichas fronteras racializadas en la cartografía política de las élites.

Para los políticos e intelectuales de las décadas posteriores a la Independencia, esa cartografía tenía fronteras que dividían a la “civilización” de la “barbarie”, a la gobernanza de élite, por un lado, y a la guerra racial de castas por el otro. Los dictadores como Santa Anna y Porfirio Díaz recurrieron a guiones como el del colonialismo o el positivismo para afirmar que la gente indígena, rural y pobre todavía no estaba lista para asumir la responsabilidad de la democracia ni de la autogobernanza, porque los veían “como niños”.

Durante la Revolución de 1910, los periódicos de la Ciudad de México describían al movimiento campesino del sur como “socialismo bárbaro”, dirigido por el “atila sureño” Emiliano Zapata, que “predicaba una doctrina apocalíptica de desintegración y exterminación”.4 Décadas después, en 1960, durante una revuelta civil contra un despiadado gobernador de Guerrero, un agente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) definió a los guerrerenses como “volátiles” innatos; su carácter, como “condicionado por el clima”, y su “predisposición para los disturbios [como] causada por la falta de redes de comunicación y de cultura”.5 Luis González y González ofrece una explicación casi idéntica en su artículo ya citado de 1971 para la Tierra Caliente de Michoacán.

Suponer la ausencia del Estado en lugares como las sierras de Guerrero y Sinaloa ha llevado a guerras sucias y a terror de Estado —disfrazados de guerras contra el crimen y las drogas— desde la década de 1960.

Concebir una localidad o región como “bronca” o “remota” servía para justificar ciertos modelos de gobernanza y la intervención estatal, en particular, un enfoque militarizado de mano dura mucho más parecido a una guerra de baja intensidad que a una gobernanza democrática.6 Más coerción, menos consenso; “mucha policía, poca política”.7 Suponer la ausencia del Estado en lugares como las sierras de Guerrero y Sinaloa ha llevado a guerras sucias y a terror de Estado —disfrazados de guerras contra el crimen y las drogas— desde la década de 1960. Las brutales contrainsurgencias libradas contra los movimientos guerrilleros campesinos dirigidos por los maestros rurales Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en la década de 1970 en Guerrero, y que luego se replicaron como lucha “contra las drogas” en el Triángulo Dorado del noroeste durante la Operación Cóndor a fines de esa misma década, buscaban proyectar el poder y la autoridad estatal.8

El politólogo Richard Craig opina lo mismo cuando cuestiona el verdadero objetivo de la Operación Cóndor: “¿podría ser que el verdadero motivo fuera ‘despistolizar’ el campo para evitar que el Pedro Chávez de hoy se convirtiera en el Lucio Cabañas de mañana?”.9 Un veterano militar de las campañas antiguerrillas en Guerrero durante los años setenta lo puso en otros términos: “al oír los tanques de guerra que iban subiendo, los aviones, los helicópteros, fue cuando realmente la gente sintió que sí, realmente el gobierno es poderoso”.10

Sin embargo, como demuestran los autores de esta serie, la cuestión no es si el Estado mexicano está ausente o presente en las regiones que se conciben como zonas remotas e ingobernables, sino qué tipo de prácticas, instituciones y agentes estatales existen y han existido realmente, y cómo se entremezclan con las constelaciones locales del poder social, político y económico. Para investigar y rastrear ese poder, los autores hacen un énfasis especial en cuestiones de tenencia de tierra y mercados. Demuestran que las luchas entre comunidades locales, dirigentes locales/regionales, élites terratenientes y élites políticas nacionales para definir los parámetros y objetivos de esa tenencia de tierra y esos mercados sentaron las bases para el surgimiento gradual de la producción ilegal de drogas como industria transnacional en las décadas de 1960 y 1970.

El violento fracaso de la reforma agraria postrevolucionaria y el desarrollo de la agroindustria comercial impulsada por el Estado a expensas de los ejidatarios crearon las condiciones para la producción de drogas: una infraestructura agrícola “modernizada” (presas, sistemas de irrigación, caminos, crédito, etc.) consiguió acceso a los volubles mercados internacionales sujetos a ciclos de auges y declives, así como a los campesinos pauperizados que a veces optaban por cultivar drogas ilícitas para sobrevivir.

La cuestión no es si el Estado mexicano está ausente o presente en las regiones que se conciben como zonas remotas e ingobernables, sino qué tipo de prácticas, instituciones y agentes estatales existen y han existido realmente, y cómo se entremezclan con las constelaciones locales del poder social, político y económico.

Con un enfoque interdisciplinario, los autores —para citar el texto que dio título a la serie— muestran “cómo las relaciones sociales toman toda su fuerza y significado cuando se establecen físicamente en lugares reales”.11 Y vale la pena reiterar: en lugares reales donde sucede la historia real, no en las Ultima Tules imaginadas en las redacciones de los periódicos de la Ciudad de México, ni en la “fábrica de maratones” de Netflix, ni en los estudios de noticiarios de televisión, ni en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ni en Palacio Nacional.12 Ya sea en el campo o en el supermercado, históricamente la geografía y la política han reproducido el poder que está arraigado y que se deriva de conflictos locales y globales por la tierra y los mercados.

Aunque la historia varíe según la región, el argumento del difunto periodista Javier Valdez Cárdenas de que “[l]as organizaciones del narcotráfico en Sinaloa tienen sus raíces en la oposición a la reforma agraria durante los 1930” reconfigura necesariamente la discusión actual sobre el crimen organizado, pues ofrece estructura y contexto social.13 En esta serie, el problema de las drogas se trata como consecuencia del funcionamiento del capitalismo y del poder político en el campo.

En esta serie, el problema de las drogas se trata como consecuencia del funcionamiento del capitalismo y del poder político en el campo.

Drogas, guerra y capitalismo

La investigación y el análisis se hacen de inicio en los lugares donde de hecho hay violencia para entender las dinámicas en curso en la costa de Guerrero y en las zonas montañosas de Nayarit, Sinaloa, Oaxaca y Michoacán. Y una vez que llegan, analizan los archivos locales, hacen preguntas y escuchan, los investigadores ayudan a reorientar la lente para poder preguntar: ¿qué nos pueden enseñar las Luvinas contemporáneas sobre las dinámicas de violencia en el México de hoy? ¿Cómo puede ser que la violencia a nivel local dirija los diálogos y conversaciones sobre políticas públicas a nivel nacional e internacional para asuntos como el narcotráfico, el desplazamiento forzado y la violencia estructural (o la degradación ambiental), temas que representan síntomas de enfermedades históricas más profundas?

Tal enfoque les permite a los autores de esta serie sugerir de forma colectiva que, si no logramos plantear ese tipo de preguntas más profundas, nos quedaremos con un análisis limitado y con soluciones superficiales para los temas de la violencia y el comercio de drogas en el México actual.

Esta serie también se interroga por las múltiples formas de violencia que han moldeado histórica y actualmente la vida cotidiana en esas localidades. Cada artículo revela que las formas subjetivas de violencia suceden de manera vertical, de arriba hacia abajo (por ejemplo, élites terratenientes contra campesinos sin tierra), y que eso refleja las jerarquías de clase y el poder económico. Como argumenta Curry, el impacto del cultivo de aguacate en Michoacán ha derivado en ganancias económicas sumamente desiguales que, a su vez, alteran las comunidades y las plagan de tensiones sociales.14Pero la violencia también se da de forma horizontal dentro de las comunidades marginadas y sus hogares, sobre todo la violencia de género, como afirma Jayson Porter junto con los escritores e investigadores que entrevistó para el podcast sobre el tema.15

Como le dijo a Álvarez un maestro guerrerense, “lo de siempre eran los pleitos por tierras, mujeres o alcohol”.16 El texto de Nathaniel Morris sobre las comunidades indígenas náayari en las montañas de Nayarit revela los conflictos internos y la estratificación de clase que surgen como consecuencia del comercio de drogas. La violencia que viene del exterior también puede tener una función generativa. Como afirma Gabriel Tamariz en su artículo sobre los milperos de Oaxaca, un comercio de drogas organizado y controlado a nivel comunitario ha ayudado a fortalecer la solidaridad de la comunidad; Morris muestra un proceso similar, pero inequitativo.

Esta serie sugiere, de forma colectiva que, si no logramos plantear preguntas más profundas, nos quedaremos con un análisis limitado y con soluciones superficiales para los temas de la violencia y el comercio de drogas en el México actual.

Ninguno de los autores de la serie pierde de vista la violencia “lenta”, la violencia estructural, la violencia —parafraseando al teólogo de la liberación argentino, José Míguez Bonino— que es constitutiva de los mundos donde sucede la vida cotidiana.[Note]Véase Shannon O’Lear (ed.) (2001), A Research Agenda for Geographies of Slow Violence: Making Social and Environmental Injustice Visible, Cheltenham: Edward Elgar Publishing. Y José Miguez Bonino, citado en Stephen C. Rose (1967), The Development Apocalypse or Will International Injustice Kill the Ecumenical Movement?, World Council of Churches, p. 108.[/mfn] La periodista y socióloga Dawn Paley lo llama “capitalismo de guerra contra las drogas”, y se refiere a un modelo contemporáneo de acumulación globalizada de capital que se manifiesta en lugares como Guerrero, Michoacán, Sinaloa y Nayarit en forma de una desposesión violenta de los recursos comunitarios como la tierra, el agua, los bosques y la vida humana misma, aunque no sin encontrar resistencia popular.17

Esta guerra está cargada contra los pueblos pobres, donde el Estado mexicano, lejos de estar ausente, participa de manera activa. Ciertamente, como demuestran los trabajos de Benjamin Smith y Romain Le Cour Grandmaison, desde al menos 1940, el Estado ha fomentado la violencia y la ha usado como “recurso político” para negociar las configuraciones de autoridad y dirigencia en el campo, para justificar los mercados lícitos e ilícitos, e incluso para extorsionar a organizaciones criminales (en el estudio de Smith sobre el comercio de droga mexicano, el Estado extorsiona a cambio de protección: “los agentes estatales eran la mafia de México e intercambiaban protección por una tajada de las ganancias del narcotráfico”).18 Como el Estado está formado con pocos recursos y depende de los socios locales y/o de que se envíen fuerzas policiales y militares —como sugiere toda la serie La violencia toma lugar— la violencia y la marginación a nivel local tienden a exacerbarse.

Conclusión

La violencia toma lugar ofrece una muestra de estudios académicos y conversaciones políticas muy necesarios. Lo que está en juego en esas conversaciones es inmenso para un país con cerca de 500,000 homicidios y casi 100,000 desapariciones forzadas desde 2006; para un Estado que no confía en las comunidades locales y que no logra proteger a sus periodistas ni ambientalistas.

Las historias, teorías y experiencias aprendidas de las localidades perturban y tienen la capacidad de minar los paradigmas perversos obsesionados con los cárteles que generalmente se usan para explicar la violencia en el México actual. Los paradigmas de “seguridad” normativos y ahistóricos que suponen la ausencia, captura o fracaso del Estado en el campo, donde los agentes estatales “buenos” combaten a los cárteles “malvados”, dan prioridad, en el mejor de los casos, a reformas policiales, carcelarias o judiciales, y, en el peor, a respuestas militarizadas de mano dura. Los balazos siguen siendo la solución inmediata y generalizada a los problemas sociales, mientras que los abrazos —reformas estructurales más profundas que den cuenta de las décadas de desigualdad rural intensificada y sin resolver— quedan relegados a un futuro distante (si acaso).19

La guerra contra los pueblos empobrecidos del campo mexicano continúa. “Yo les dije que era la Patria”, dice el profesor del cuento de Rulfo. “Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron los dientes molenques y me dijeron que no, que el gobierno no tenía madre”.

Ahí viene el gobierno.

Haga clic aquí para leer la serie completa de La violencia toma lugar.

Haga clic aquí para regresar a la página principal del Programa Noria para México y América Central.

Notes

  1. Luis González y González, (1971), “Tierra Caliente”, en Extremos de México: Homenaje a don Daniel Cosío Villegas, México: El Colegio de México, p. 116. Ultima Tule, en la cartografía de la Antigua Grecia y Roma, se refería a la más distante de las tierras; esos lugares en los mapas más allá de las fronteras conocidas. ↩︎
  2. Irene Álvarez (septiembre de 2020), “Ruralidad, narcotráfico y violencia. Un modelo para armar”, La violencia toma lugar. Tierra, mercados y poder en el México rural, Programa Noria para México y América Central. Link. ↩︎
  3. Un ejemplo clásico de la historia latinoamericana del siglo XIX es el uso de la dicotomía civilización-barbarie del intelectual y político argentino Domingo Sarmiento para diferenciar lo que él proponía como el futuro ideal para su país: que el crecimiento de las ciudades “civilizadas”, gracias sobre todo a los inmigrantes europeos, fuera sustituyendo al “bárbaro” campo gaucho, reliquia del pasado destinada a desaparecer. Domingo Sarmiento (2018 [1845]), Facundo o Civilización y barbarie, Buenos Aires: Biblioteca del Congreso de la Nación. ↩︎
  4. Gilly, The Mexican Revolution, pp. 82-83. ↩︎
  5. Archivo General de la Nación (AGN), DFS 100-10-1, Legajo 7, ff. 90, 92-93. ↩︎
  6. Alan Knight (2010), “Cárdenas and Echeverría: Two ‘Populist’ Presidents Compared”, en Amelia Kiddle y María L.O. Muñoz (eds.), Populism in 20th Century Mexico: The Presidencies of Lázaro Cárdenas and Luis Echeverría, Tucson: University of Arizona Press, p. 22. ↩︎
  7. El periodista Juan Angulo, citado en Julia Preston y Samuel Dillon (2004), Opening Mexico: The Making of a Democracy, Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, p. 281. ↩︎
  8. El Triángulo Dorado se refiere a la región montañosa donde se intersectan los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua (e, históricamente, el principal sitio de producción de marihuana y heroína en México). Adela Cedillo (2021), “Operation Condor, the War on Drugs, and Counterinsurgency in the Golden Triangle (1977-1988)”, Working Paper 443, Kellogg Institute for International Studies, University of Notre Dame. ↩︎
  9. Richard Craig (1980), “Human Rights and Mexico’s Antidrug Campaign”, Social Science Quarterly, vol. 60,núm. 4, p. 698. ↩︎
  10. Salvador Díaz y Pedro Reygadas (1982), dirs., El Edén Bajo el Fusil. ↩︎
  11. George Lipsitz (2011), How Racism Takes Place, Filadelfia: Temple University Press, p. 3. ↩︎
  12. Josef Adalian (10 de junio de 2018), “Inside the Netflix Binge Factory”, Vulture. ↩︎
  13. Javier Valdez Cárdenas (2017), The Taken: True Stories of the Sinaloa Drug War, Norman: University of Oklahoma Press, citado en Cecilia Farfán Mendez y Jayson Maurice Porter (diciembre de 2020), “Poniendo la mesa. Las raíces lícitas de la economía de exportaciones ilícitas en Sinaloa”, La violencia toma lugar, Programa Noria para México y América Central. ↩︎
  14. Alexander Curry, “Violencia y capitalismo aguacatero en Michoacán”, La violencia toma lugar, Programa Noria para México y América Central. Link. ↩︎
  15. » Conversations on Gender, Geography and Violence Against Women in Mexico and Central America”, Noria Mexico and Central America Program. Link. ↩︎
  16. Álvarez, “Ruralidad, narcotráfico y violencia”. ↩︎
  17. Véase, por ejemplo, las acciones de las compañías mineras canadienses por lo menos desde el año 2000. Dawn Paley (2014), Drug War Capitalism, Oakland: AK Press, pp. 101-102, 151-161; y Claudio Garibay et al.(2011), “Unequal Partners, Unequal Exchange: Goldcorp, the Mexican State, and Campesino Dispossession at the Peñasquito Mine”, Journal of Latin American Geography, vol. 10, núm. 2, pp. 153-176. ↩︎
  18. Romain Le Cour Grandmasion (16 de septiembre de 2019), “Michoacán es un cuarto oscuro”, Nexos; Benjamin T. Smith (2021), The Dope: The Real History of the Mexican Drug Trade, Nueva York: W.W. Norton. ↩︎
  19. Ruth Wilson Gilmore (2007), Golden Gulag: Prisons, Surplus, Crisis, and Opposition in Globalizing California, Berkeley: University of California Press, p. 2. ↩︎