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Narcotráfico, realidad que trasciende la prensa mexicana

Mexico & Central America

Nota roja en primera plana, 6 de dicembre del 2014, centro de Culiacán AB / Noria Research ©

“Soy el jefe de jefes señores me respetan a todos niveles,

y mi nombre y mi fotografía nunca van a mirar en papeles,

porque a mí el periodista me quiere y si no mi amistad se la pierde” 

Los Tigres del Norte

 

En México no puede haber manifestación más contundente de la existencia de una estrecha relación entre policías, criminales y periodistas que la sección denominada “nota roja”, “nota policiaca” o “crónica roja”. La evolución de este apartado, históricamente clásico del periodismo mexicano, hacia un tema mayor de interés público y político nos obliga a cuestionar el papel contemporáneo de la prensa escrita en zonas violentas1, altamente influenciadas por el crimen organizado. En este artículo proponemos analizar los desafíos de las transformaciones de la postura periodística frente a un objeto íntimo, el “narcotráfico” en Sinaloa.

Prensa y “Narco” con denominación de origen sinaloense

En los tiempos del Porfiriato en México (entre finales del siglo XIX y la primera década del siglo XX), la aparición de la nota roja estuvo estrechamente ligada a la criminalización del consumo y venta de alcohol –especialmente del consumo de pulque en las clases sociales más bajas. Para principios del siglo XX, la prohibición de las drogas2 y la criminalización de la mariguana y del opio siguió estigmatizando el uso de tales narcóticos en las clases bajas y algunos grupos de extranjeros. Así, para principios de los años cuarenta, en el sur del estado, el tratamiento de los medios de comunicación respecto a las ‘notas policiacas’ se enfocó fundamentalmente en la población asiática -a quien se le atribuye la introducción del opio en Sinaloa. Posteriormente, en contraste con los primeros asiáticos despreciados y estigmatizados, surge la figura del campesino sinaloense originario de las zonas serranas –de huarache y sombrero- ligado a la siembra y explotación de la amapola y la mariguana. A partir de cierto grado de ostentación y con el paso del tiempo, esta figura mostraría sus “éxitos” en el vestir: botas, huaraches y cinturones piteados, camisas de seda y accesorios de oro. Hoy en día, los medios de comunicación continúan refiriéndose a hombres y mujeres de “aspecto buchón”3 como figuras estigmatizadas relacionadas con el tráfico de drogas, pero que se ha venido transformando en una etiqueta a la que muchos jóvenes y mujeres aspiran.

“El narcotráfico”, “los narcotraficantes” y “la guerra contra el narco” son elementos constantes de la nota roja actual y éstos han pasado de las secciones internas a las primeras planas de periódicos, revistas como Proceso y semanarios como Zeta  -de Tijuana- y Río Doce –de Culiacán. Para entender el nuevo manejo semántico de la nota roja en la prensa debemos comprender que esta actividad impacta en muchas esferas de la sociedad, con repercusiones culturales y ‘artísticas’ que en muchos casos generan lucro e incluso fama para los que ven en el prefijo narco una rentable veta de expresión que se mueve con ligereza entre el morbo, la ficción y la realidad.

Hoy, el prefijo narco se ha convertido en un elemento lingüístico de gran versatilidad, que más que ampliar, deforma; que más que explicar, estigmatiza a partir de un nuevo pero confuso significado. Éste puede trabajarse con una facilidad tal que cualquier transformación es aceptada en el escenario social, artístico y sobre todo periodístico: narcomantas, narcomensajes, narcoempresarios, narcopolíticos, narcoacadémicos, narcotienditas, narcomascotas, narcopolicías, narcoperiodistas, narcofosas, narcoviolencia, narcogobierno, narcoguerra, narcoinsurgencia, narcomuseo y así, en continuo, el glosario del narcotráfico podría seguir indefinidamente, porque todo es factible de poseer este prefijo magnificador, sensacionalizador y vulgarizador. Así, la nota periodística e incluso académica, la obra literaria o la expresión artística adquiere un valor agregado, que garantiza lectores, audiencia e incluso admiradores, si va unido al prefijo de oro en los tiempos que corren: narco.

Comprender cabalmente el fenómeno del narcotráfico es como tratar de quitarle el maquillaje a un rostro cuya imagen superficial ha sido diseñada y coloreada por la música, la literatura y otras expresiones. Si el concepto de denominación de origen se basa en una procedencia geográfica y se busca con ella designar el prestigio, por su buena calidad y reputación, de los productos emanados de un mismo lugar, entonces el caso de Sinaloa –aunque no se pueda apelar a ‘la buena reputación’-, nos invita a voltear hacia otras dimensiones del supuesto particularismo sinaloense.

Considerado como “cuna y escuela del narcotráfico4 ” en México, resulta notorio dentro de Sinaloa que este fenómeno económico debe ser comprendido a través de sus expresiones culturales pero también asumiendo sus implicaciones históricas y sociales más complejas. En un movimiento que pareciera inverso, vemos que al calificar y visibilizar las realidades sociales locales, invariablemente se deberá unir al prefijo que –desde la perspectiva del mercado- vende, que –desde una perspectiva cultural- recrea y que -en el escenario práctico- mata: narco. No en vano en Sinaloa han surgido productos –más allá de la propia droga- que adquieren un valor notable a nivel internacional sólo por su origen “100% sinaloense”: música, artículos religiosos, literatura, cine, arte, artesanías y todo un estilo de vida ligados al narcotráfico.

“Narco”: tema que ‘mata’ y que ‘vende’

No podemos asegurar que “la lógica de mercado” sea el único o principal motivo del manejo de la nota roja en espacios titulares y de primera plana en los años más recientes del periodismo mexicano y particularmente del periodismo de Sinaloa, región de origen de uno de los más consolidados cárteles de droga del mundo. Sin embargo, sí representa un factor importante para dicha evolución en el manejo de la información. El investigador Arturo Santamaría, señala el caso del semanario Río Doce -de Culiacán-, cuyos directivos han reconocido que cuando no presentan un tema relacionado con el narcotráfico en su primera plana, las ventas caen hasta en un 50%. Por su parte, el investigador Daniel Hallin5 apunta al caso del semanario Zeta que se ha especializado en señalar las actividades de los cárteles de la droga relacionadas con los grupos de poder en Baja California. Su crítica estriba fundamentalmente en el hecho de que a pesar de que el crimen responde a múltiples factores, es difícil encontrar historias explicativas –como desempleo o condiciones de las comunidades agrícolas- más allá de la simple representación de los hechos criminales.

En una revisión propia de las portadas y contenidos de la revista Proceso6 de los años 2000, 2006 y 2012 (período en el cual se gestó y desarrolló la llamada “guerra contra el narco” en México) pudimos constatar la evolución en el manejo del tema del narcotráfico –incluyendo en nuestro análisis lo que podemos llamar temas derivados tales como violencia, lavado de dinero y corrupción ligada al narcotráfico. En un lapso de doce años éstos pasaron de ser tema de interior a temas de portada. En el primer año (2000) el 77% de las 52 publicaciones muestran una ausencia –en portada e interiores- del tema, mientras que tan sólo un 3.8% tiene como tema de portada el narcotráfico. Para el 2006, el 49% de las 53 publicaciones de la revista muestra una ausencia –en portada e interiores- del tema y apenas el 1.9% presenta el narcotráfico y cualquiera de sus derivados como tema de portada. En 2012, de las 52 publicaciones de la revista Proceso, sólo el 3.9% muestra ausencia total del tema en tanto que el 34.6% de las publicaciones de ese año presenta el narcotráfico –y cualquiera de sus derivados- como tema de portada. En suma, durante el periodo 2000-2012, el narcotráfico y los temas derivados del fenómeno pasaron de estar presentes en un 23% de los contenidos de la revista Proceso, a ser uno de los principales protagonistas con un 95% de los temas de sus publicaciones 7 .

Durante el período 2000-2012 la revista Proceso se nutrió de información proveniente de las zonas más violentas el país, entre las que destacó la frontera norte de México. La percepción generalizada era que los periodistas de ésta y otras de las zonas más conflictivas del país ponían en riesgo su vida al realizar una labor ‘policiaca’ como investigadores en casos de asesinatos relacionados con el tráfico de drogas y al llevar a cabo un periodismo de denuncia que involucraba además la corrupción oficial.

Por ello, desde agosto de 2005, los diarios más importantes de la frontera norte de México dieron a conocer su decisión de no investigar más sobre temas relacionados con el narcotráfico, limitándose exclusivamente a publicar la información oficial que surgiera de dicho tema. El periodista Jesús Blancornelas8 del semanario Zeta de Tijuana fue uno de los voceros de tal decisión mencionando un acuerdo entre periodistas de Hermosillo, Los Mochis, Nuevo Laredo, Mexicali y Tijuana, mencionando –pero sin especificar- un caso de excepción en Sinaloa, el que podemos presumir se trata del semanario Río Doce de Culiacán, el cual desde su nacimiento en 2003 se ha destacado por su amplia y permanente cobertura de temas de narcotráfico9 .

Sinaloa afirmó su particularismo mostrando que dejar de cubrir temas de narcotráfico habría roto con toda una tradición de cobertura periodística de la violencia que ya desde la década de los cincuenta se caracterizaba por narrar enfrentamientos a balazos entre particulares, robos a mano armada, suicidios, accidentes de tránsito e información de seguimiento sobre famosos ‘bandoleros’ de la época10. Cumpliendo con cierta continuidad, de acuerdo a testimonios de expendedores de periódicos en Mazatlán, al día siguiente de la detención de Joaquín “El Chapo” Guzmán ocurrida el 22 de febrero del 2014, las ventas de los diarios se incrementaron un 100%, mientras que en los días subsecuentes algunos periódicos de circulación estatal triplicaron su tiraje. A decir del dueño de uno de los puestos de periódicos más conocidos en el puerto mazatleco, “cuanto más violenta una portada, más se vende un periódico y si se trata del narco, mejor es la venta”.

La paradoja del riesgo en la cobertura del “narco” en Culiacán

En una encuesta propia a 92 periodistas de una muestra de 106 que laboran en Culiacán en las áreas policiacas y locales, incluyendo directivos de medios, jefes de información y conductores de programas de prensa escrita, radio, televisión e internet, encontramos que el 42.9% de los encuestados consideró mejor “basarse y publicar información oficial cuando se trate de notas sobre crimen organizado”. Esto implica evitar investigar por cuenta propia y publicar la información proporcionada a través de boletines emitidos por los despachos de prensa de organismos del Estado a nivel local, estatal y federal. En franca contradicción se muestran los mismos periodistas al preguntarles si “por seguridad, los periodistas policiacos deben sujetarse sólo a boletines de prensa”. Un 79.3% se manifestó en desacuerdo. Ahora bien, el gran desfase que notamos en las respuestas frente a situaciones muy similares en el manejo de la información nos lleva a interesarnos en el impacto de sus formulaciones. Integrada en la primera pregunta, la mención del “crimen organizado” sugeriría una justificación a la carencia de un auténtico periodismo de investigación. En el segundo caso, el cambio de término de “información oficial” por “boletines de prensa”, denotaría el impacto del termino ofensivo de “boletinero” que en el argot periodístico señala a aquel periodista que no investiga y se atiene en buena medida a la información oficial.

La ética y la corrupción periodística son temas poco tratados en la esfera pública sinaloense.  Sin embargo, ‘el sobre’, ‘el chayote’ y ‘la charola’, que implican sobornos a través de dinero o regalos y trato preferencial, asoman como elementos de denigración hacia el periodismo y no como un asunto de debate público. En este mismo estudio apenas un 20.6% declaró creer que el periodista de Culiacán trabaja con apego a los códigos de ética del periodismo. Incluso existe una fracción importante (un 34.8%) de periodistas que considera que los narcotraficantes tienen colegas a sueldo en algunos medios de comunicación (el 47.8% se abstuvo de emitir una opinión al respecto). Es importante resaltar que, dada la situación de violencia que se vive en la región, para algunos entrevistados el narcotraficante no requiere hacer amenazas directas para incidir en lo que se publica en la prensa ya que son los propios periodistas –salvo casos excepcionales- quienes prefieren mantenerse al margen de ciertos temas por cuestiones de seguridad personal. No obstante, en otros casos este silencio se genera por la complicidad con los propios narcotraficantes, quienes proporcionan “ayudas” económicas a algunos periodistas.

Vale destacar que durante el período correspondiente a la ‘guerra contra el narco’ emprendida por el gobierno federal en México se vivió la que bien puede ser considerada la época de oro del narcotráfico sinaloense, donde el gremio periodístico de Sinaloa, comparado con los de otros estados de la República, sufrió ‘pocas bajas’ –con dos casos registrados- para decirlo en términos de ‘guerra’, a pesar de encontrarse en la zona de los más grandes capos de México. En contraste, Veracruz, quien mantiene hasta hoy la primacía en relación a periodistas asesinados (10 casos de 2006 a 2012 y un caso más en 2014), es considerado –de acuerdo a CPJ- como campo de batalla entre Los Zetas y el cártel de Sinaloa, lo que lo convierte en uno de los estados más peligrosos para ejercer el periodismo en México11.

En efecto, Culiacán es reconocida como la cuna del narcotráfico en México. Las distintas dimensiones del “particularismo sinaloense” que hemos expuesto buscan representar la complejidad de la afectación de –y  la relación de extraña protección auspiciada por- la hegemonía del Cártel de Sinaloa sobre el periodismo escrito regional. Así mismo, resulta una tarea difícil identificar cuándo se da la censura o la autocensura: es decir, cuándo el silencio del periodista, la carencia de periodismo de investigación o el periodismo ‘oficialista’ acerca de temas relacionados con el narcotráfico corresponden a la intimidación o a la corrupción12. Si habremos de reconocer que –tal como se calificó y se comentó- México, vivió un período de “guerra contra el narcotráfico” –donde fueron asesinadas 9,390 personas del 2006 al 2012 tan sólo en Sinaloa13 -, estamos ante la adaptación de un periodismo sinaloense habituado históricamente a los escenarios de violencia, corrupción política y tráfico de drogas. Las dinámicas de “negociación” de la postura de narrador de escenas de violencia y muerte nos invitan a cuestionar su relación con un nuevo tipo de “periodismo de guerra”14 . Quizás con la condición de distinguirlo del “periodismo de guerra clásico”, esta categorización podría encontrar su pertinencia al introducir la relación de intimidad con su respectiva “amenaza”.

Considerando las dificultades para calificar su carácter “oficialista” y el sentido de cierta “censura/autocensura necesaria”, resulta importante preguntar si y cómo el periodismo en Sinaloa ha logrado llevar al mínimo los “daños” y las “bajas”. En este sentido, es importante no restarle su papel central al “narco-enfoque” que no sólo maximiza “los beneficios colaterales”, sino también agrava los “daños colaterales”. En contraste con el lugar central de la antigua nota roja, la cual al exponer los homicidios abría un espacio a la denuncia en el México del siglo XX15, hoy el prefijo sensacionalizador “narco” anula o minimiza el efecto de la prensa como “campo discursivo” sobre justicia, impunidad, derechos de las víctimas y obligaciones del Estado, logrando deformar e invisibilizar las mismas realidades sociales.


 

Notes

  1. De acuerdo a las tasas de homicidio, la ciudades de Mazatlán y Culiacán en Sinaloa se situaron entre las primeras 15 ciudades más violentas del mundo en 2011, superadas –para el caso de México-, sólo por Ciudad Juárez, Acapulco, Torreón, Chihuahua y Durango. Estadísticas presentadas por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, A.C. Disponible en URL ↩︎
  2. Recordemos que el gobierno mexicano se alineó, en 1926, con las directivas estadounidenses, que ya desde 1914,  a través de la Harrinson Narcotics Tax Act, prohibía el uso de narcóticos para fines distintos a los medicinales.. ↩︎
  3. En la actualidad el “aspecto buchón” es un término recurrente en la nota roja y su evolución al paso de los años es un fenómeno cultural poco estudiado en Sinaloa, ya que de representar la figura del campesino de las zonas serranas a quien se ligaba al tráfico de drogas por su estilo ranchero y su vestimenta, hoy “el buchón” es una figura social relacionada con la criminalidad a partir de su forma de hablar y vestir (barba, cachucha, camisa tipo polo, tenis y pantalón de mezclilla), características que, sin embargo, se pueden considerar también representativas del sinaloense en general. ↩︎
  4. «Los sinaloenses asumimos la vergüenza de ser el estado origen, cuna y escuela del narcotráfico”, fue la frase que ‘oficializó’ la marca que históricamente ha perseguido a Sinaloa y muy especialmente a Culiacán. En enero del 2001 el entonces gobernador Juan S. Millán profirió la frase apenas once días antes de que el Presidente Vicente Fox Quesada anunciara en tierras culiacanenses la Cruzada Nacional contra el Narcotráfico y el Crimen Organizado. Ver URL. ↩︎
  5. Hallin, Daniel C. (2000). La nota roja: periodismo popular y transición a la democracia en México. América Latina Hoy, No. 25, pp. 35-43. ↩︎
  6. Proceso es la revista más influyente en México y la más prestigiada como medio crítico, sobre todo en el área política. Nace a partir de la censura y expulsión de un grupo de periodistas encabezados por Julio Scherer del periódico Excélsior el 8 de julio de 1976. Ver URL ↩︎
  7.  En el rubro de las revistas especializadas, la revista Proceso es la más leída del país. En 2002 con un tiraje semanal de 98,784  Proceso se mantuvo muy por encima de otras revistas como Milenio Semanal (46,725) y Newsweek en Español (30,000). Ver URL. En 2010 la revista mantuvo su liderazgo con un tiraje de 75 mil 878 ejemplares, mientras que Milenio Semanal registró un tiraje de 35 mil 964 ejemplares. Ver URL. ↩︎
  8. En 1997 el periodista Jesús Blancornelas, co-fundador de Zeta de Tijuana, sobrevivió a un atentado a balazos que lo dejó gravemente herido. Años antes, en 1988, Héctor Félix Miranda, su colega y también fundador del semanario fue asesinado. En ambos casos se señala como móvil las publicaciones y denuncias de este medio periodístico sobre la situación del narcotráfico en aquella zona fronteriza. Ver URL. ↩︎
  9. Algunos medios, sobre todo extranjeros, consideran que Río Doce es uno de los pocos periódicos en México que ‘investiga seriamente violencia relacionada con el narcotráfico. BUSINESS WEEK (Abril 26, 2012) “Alone, ‘Riodoce’ Covers the Mexican Drug Cartel Beat”. Disponible en URL ↩︎
  10. Esta afirmación se realiza a partir de la revisión hemerográfica del periódico El Sol de Sinaloa que se distingue actualmente como el más antiguo aún en circulación en la capital sinaloense. Los periodos seleccionados fueron el primero y segundo trimestre de 1958 y el primer trimestre de 1959. ↩︎
  11. Tomando en cuenta los reportes de RSF y del CPJ fueron 51 periodistas asesinados en el período referido: en 16 estados de México no se registraron asesinatos, mientras que en 15 estados y el DF se registró al menos un asesinato. 5 estados de la República Mexicana concentran el 62.7% del total con 32 asesinatos (Veracruz, 10; Guerrero, 8; Michoacán, 5; Chihuahua, 5; y Oaxaca, 4), en tanto que Sinaloa con 2 casos representa el3.9% del total. Reporteros Sin Fronteras (RSF) registró 32 asesinatos de periodistas en México durante el período 2006-2012, mientras que el Committee to Protect Journalists (CPJ) registró 48 casos, de los cuales sólo 17 los clasifica en la lista de “motivo confirmado”, es decir, donde se está “razonablemente seguros que un periodista fue asesinado en represalia directa por su trabajo”. En el caso de Sinaloa, el CPJ clasifica los dos asesinatos de periodistas ocurridos en dicho período como “NO confirmados”, considerando que no es posible asegurar que éstos hayan tenido como causa su desempeño periodístico. Fuentes: CPJ  y RSF  ↩︎
  12. El caso del periodista Humberto Millán asesinado en Culiacán en agosto de 2011 –el único caso reconocido por Reporteros Sin Fronteras- se relacionó con la censura política de la que era objeto y por la que –según sus propias palabras- se sentía amenazado, refiriéndose a “políticos que son de los que mandan matar”. Otro caso, el del activista Atilano Román, asesinado en una cabina de radio en Mazatlán en octubre de 2014 mientras conducía su programa –caso referido también por RSF-, evidencia la falta de espacios para la denuncia de la corrupción política en Sinaloa, donde los periodistas muestran una tendencia a invisibilizar este tipo de corrupción abordando con un margen importante de confort y seguridad temas relacionados con la violencia y el narcotráfico. ↩︎
  13. Estadísticas disponibles en URL ↩︎
  14. Ya desde 1942, el periodista Byron Price –director de la Oficina de Censura creada en tiempos de guerra por el gobierno de Estados Unidos- advertía que la palabra ‘censura’ siempre ha sido desagradable y hasta despreciada porque limita la competencia periodística; sin embargo, defiende la censura como ‘necesaria’ –en cierta forma y medida- en tiempos de guerra y arguye principalmente que un ‘proceso de censura’ evita que el ‘enemigo’ se informe de las estrategias llevadas a cabo por el grupo al que se pertenece, además de que permite saber qué está haciendo el ‘enemigo’. Ver Price, Byron (Oct., 1942). Governmental Censorship in War-Time. The American Political Science Review, Vol. 36, No. 5, pp. 837-849. American Political Science Association. Disponible en URL: http://www.jstor.org/stable/1949286. En una referencia más reciente sobre el “periodismo de guerra” se destaca el deber del periodista de atender su sentido de identidad nacional con un ejercicio ético todavía mayor al que se sujetaría en tiempos de paz, advirtiendo el riesgo de depender de información oficial poco fiable, censurada y de carácter propagandístico por parte del gobierno. Ver Allan, Stuart & Zelizer, Barbie (2004 ). Reporting war. Journalism in wartime. Taylor & Francis Group, New York. ↩︎
  15. Piccato, Pablo (Mayo-Agosto, 2008). El significado político del homicidio en México en el siglo XX. Cuicuilco, Vol. 15, No. 43, pp. 57-80. ↩︎