Introducción – Una crisis de tres cabezas.
El municipio de El Nayar, patria del pueblo indígena cora o náayari1, abarca 5,000 km2 de montañas y barrancos en el noreste de Nayarit. Entre 2000 y 2020, no solo fue el territorio donde el Ejército Mexicano ha destruido más plantíos de amapola en el estado, sino que también presentó una de las tasas de homicidios, violaciones y asaltos con violencia más altas de todo Nayarit.2
Este panorama de violencia y dinámicas extractivas nos hace recordar inmediatamente varias de las industrias “modernas” que se han impuesto en la región a lo largo del siglo XX, como la tala del bosque, la minería y la cría industrial de ganado. Sin embargo, a diferencia de éstas, que fueron y siguen siendo controladas por poblaciones mestizas, los cultivos de amapola se han integrado de forma más compleja a la sociedad náayari, incorporándose incluso a la reproducción de identidades étnicas, políticas y culturales.
En este capítulo estudiaremos estos procesos ambivalentes de integración. Veremos cómo las intervenciones de las élites mestizas a través de la “guerra contra las drogas” y de los programas de “desarrollo” cultural, económico y político, constituyen en muchos aspectos una guerra contra la identidad indígena. No obstante, en un giro irónico del destino, estas iniciativas no solo han convertido a los agricultores de subsistencia náayari en productores de droga más eficientes, sino que han contribuido en transformar sus identidades en un poderoso mecanismo de defensa en contra de la dominación violenta del Estado y de varios grupos delictivos que operan en la zona.
El análisis de la forma en que el cultivo de amapola ha afectado a los náayarite nos ofrece un ejemplo de cómo las identidades étnicas, políticas y económicas de los pueblos indígenas de México pueden ser influenciadas por su participación en una industria transnacional ilegal. Veremos, desde una escala local, que los efectos son múltiples y contradictorios. El análisis local del mercado de producción de amapola ilustra perfectamente la dialéctica entre la reconciliación y la resistencia, la “inclusión” y la autonomía, lo que nos permite revelar el carácter engañoso de la dicotomía entre lo “moderno” y lo “tradicional” cuando nos acercamos a estas temáticas.
Amapola y autonomía náayari
Como lo han mostrado varios estudios, la firma del Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, dio paso a una liberalización y transformación radicales de la vida campesina en México.3
En este contexto de mayor competición comercial internacional, y de forma quizás contra- intuitiva, el cultivo de amapola ha permitido a los náayarite acumular capital en sus propias comunidades. Así, la economía de la sierra ha ido creciendo y monetizándose a un ritmo bastante rápido durante las últimas tres décadas, y ello se debe principalmente a la expansión de un nuevo modelo de producción agrícola, centrado en la extracción de la goma de opio. Entre otros efectos, las ganancias generadas por el comercio de amapola han contribuido a limitar la expulsión de trabajadores de las comunidades indígenas hacia zonas de empleo situadas en las regiones mestizas de Nayarit y de varios estados del norte de México, así como la migración a los Estados Unidos.
Pero la importancia de la amapola también ha trascendido la esfera económica de los náayarite. A pesar de la llegada brutal del modelo neoliberal en su patria chica, el cultivo de la amapola les permitió seguir apoyando y practicando lo que llaman el costumbre: un conjunto de prácticas y rituales culturales, religiosos y políticos articulados con relaciones de parentesco y comunitarias, así como festividades católicas tradicionales fundadas en el culto a los santos y reminiscencias de deidades prehispánicas.Durante siglos, el costumbre ha definido la identidad náayari y regulado la organización sociopolítica de sus comunidades.4 En la época contemporánea, las ganancias de la venta del opio se han integrado a estas tradiciones. Han ayudado las familias a cubrir los gastos de las fiestas, ceremonias, bailes, sacrificios y peregrinajes que constituyen el ciclo anual del costumbre.
A consecuencia de esto, el costumbre y el cultivo de amapola se han ido entrelazando cada vez más. Los ritos agrícolas dirigidos a las deidades y a los ancestros para la petición de lluvias, la protección del granizo y las plagas, y buenas cosechas de maíz, ahora sirven también para pedir éxito en el cultivo de la amapola, y amparo frente a soldados, policías, sicarios o ladrones que roban la goma.
El nuevo sentido de estos ritos ha transformado ciertas identidades locales. Hombres y mujeres han —por ejemplo— incorporado la amapola en sus diseños de trajes tradicionales, bordando la planta y su flor en sus morrales y en los ribetes de sus faldas. Más aún, para ciertos jóvenes nacidos durante el auge de la amapola, ser “gomero” ha llegado a ser un aspecto importante de su identidad étnica, alimentando una dinámica que los lleva incluso a declarar : “cultivo amapola, por lo tanto, soy náayari.”
Simultáneamente, la “indigeneidad” también aporta defensas y estrategias de protección y adaptación contra las presiones que ha traído la producción de opio. Por ejemplo, los cultivadores de amapola tienden a comunicarse únicamente en lengua náayari cuando transmiten mensajes entre ellos por walkie-talkies (los “radios”). Esto les permite alertar, sin que los foráneos puedan entender sus mensajes, sobre los movimientos y actividades de las fuerzas armadas en la zona o los grupos de sicarios que pueden perseguir a los náayarite en el afán de controlar las “plazas” y rutas regionales del tráfico de droga. De la misma manera, las mujeres buscan evitar los interrogatorios de soldados, policías u otros actores armados pretendiendo de forma selectiva que no hablan español.5 Así, el cultivo de amapola ayudó a fortalecer el uso cotidiano de la lengua náayari en una variedad de espacios públicos y privados insertos en la “modernidad”.
Finalmente, en el contexto de la guerra contra las drogas, el costumbre permite reafirmarla lucha contra múltiples fuerzas externas que buscan dominar a los náayarite y su territorio. Durante ciertas fiestas religiosas, por ejemplo, hemos observado cómo los participantes se disfrazan irónicamente de soldados, policías o figuras emblemáticas de la política o del tráfico de drogas.
En una comunidad náayari quedé sorprendido inicialmente al ver el entonces presidente de México Peña Nieto –sus desnudas piernas y torso embarradas de arcilla blanca y ocre rojo, bañado en sudor y empuñando una pesada espada de madera– batallando despiadadamente con un, también semidesnudo, ‘El Chapo’ Guzmán durante el desenfrenado festival de Semana Santa, alentados por los gritos, en español y náayari, de otros alborotados participantes del espectáculo alrededor de la extraña pareja: “¡Dale Chapito!”, “¡Que viva el presidente!” y “¡Aguas que no te escape otra vez, Peña!” Lejos de socavar esta ‘fiesta tradicional’, la pareja se encajó perfectamente en la burlesca representación en su centro, permitiendo a los jóvenes hombres náayari mofarse de, ridiculizar y, por una vez, reafirmar su poder sobre dos de los hombres más poderosos del país.
Así, a través de los ritos, los náayarite subvierten el dominio de poderosos actores externos, hacen frente a las presiones aculturativas de la sociedad mexicana, y reafirman el poder de las identidades y prácticas locales, un proceso en el cual la amapola ganó mucha importancia durante las ultimas décadas.
El desafío de la goma a la sociedad e identidad náayari
Si nos enfocamos ahora en cuestiones más estructurales, resulta claro que el cultivo de la amapola también ha impulsado radicales cambios sociales, culturales y políticos en la Sierra.
Primero, el riesgo constante de perder las ganancias de la cosecha de la goma a causa de la erradicación, de las tormentas de granizo, heladas repentinas o plagas de insectos, ha llevado a los náayarite a invertir en infraestructura de riego a pequeña escala, así como en fertilizantes y pesticidas comerciales. Sin embargo, la instalación de sistemas de riego por gravedad hizo cada vez más necesario cultivar la amapola cerca de los arroyos que se encuentran en las partes más remotas de las comunidades, los cuales a menudo marcan los límites entre territorios comunales o tierras familiares. Por lo tanto, el riego de los cultivos de amapola ha provocado conflictos territoriales entre comunidades y/o clanes que a veces han resultado en enfrentamientos violentos.6
Segundo, el uso cada vez mayor de fertilizantes y pesticidas merma las ganancias de los cultivadores. Para intentar obtener un mayor rendimiento, los náayarite empezaron a sembrar parcelas más grandes. Esto les obliga, particularmente en temporada de cosecha, a vigilar sus flores de los ladrones que buscan rayar el bulbo y robar la goma de opio durante las noches. Por ende, los campesinos tienen que pasar cada vez más tiempo en sus parcelas, escondidos en la Sierra y lejos de sus casas y rancherías. Esto dificulta el cultivo simultáneo del maíz, a pesar de lo crucial que es para la vida ritual – y por consiguiente para la vida social y política – y para la subsistencia diaria de las poblaciones. Así, algunos náayarite se transformaron paulatinamente en productores y hasta comerciantes especializados de opio, en vez de agricultores de subsistencia; en campesinos que hablan una lengua indígena, en lugar de náayarite cuya identidad se define, ante todo, en el apego al costumbre.
Finalmente, las mismas prácticas de el costumbre se han ido alterando no solo por la producción de droga, sino también por su consumo. En este caso, se ha desarrollado el consumo de metanfetamina (“cristal”), comercializado en la Sierra por los traficantes que llegan a las comunidades a comprar la goma de opio. Por lo que hemos podido observar en el campo, el “cristal” se integra primero a las celebraciones de una buena venta de goma, a la par de los gastos en cerveza y tequila, y luego ayuda a los jóvenes a soportar los retos físicos de algunas de las fiestas más importantes de el costumbre. De hecho, en ciertas comunidades, el uso del “cristal” y el exceso de alcohol que han traído las ganancias de la goma hacen peligroso participar en fiestas como las de Semana Santa. Nuestras notas de campo revelan la dimensión del problema:
“Los últimos años han visto un evidente –y bastante alarmante– aumento en el número de personas que fuman muchísimo cristal, especialmente durante la Pascua. Este año muchos amigos que antes me juraban que jamás se acercarían siquiera a esa cosa la estaban consumiendo para aguantar las desveladas y noches frías, así como el daño causado por los sables [las largas, pesadas espadas de madera] que usan para pelear… Aunque, habiendo dicho eso, en este año un grupo de jóvenes contratados y armados con machetes por el comisariado, corrían por todos lados e hicieron un buen trabajo al parar las peleas con sable antes de que llegaran demasiado lejos —ni siquiera los ‘diablos’ más desbocados querían enfrentarse al frío acero…”
Notas de campo – Semana Santa 2016.
Los brotes de violencia que surgen entre jóvenes borrachos o “encristalizados” en estos eventos, fragilizan la unión de la comunidad, merman la autoridad de los ancianos y hacen olvidar los ruegos a los ancestros para la salvaguarda del mundo náayari y de su gente.7
La crisis de la amapola en la Sierra de Nayarit
A partir del 2017, la caída brutal del valor de la goma de amapola en la Sierra de Nayarit, ilustró aún más claramente la complejidad y las contradicciones inherentes a la relación entre el pueblo náayari y la flor.
Para mediados de 2018, el precio había llegado a un bajo histórico de 8,000 pesos (420 dólares) por kilo. Según nuestras observaciones y entrevistas, una hectárea de amapola solo producía una ganancia bruta anual situada entre 64,000 y 80,000 pesos (entre 3,330 y 4,160 dólares), una perdida de más del 50% en un año. El costo de la mano de obra, el riesgo de muerte o encarcelamiento y los costos de producción – incluyendo el creciente gasto en fertilizantes, pesticidas, equipo de riego y compra de alimentos (para sustituir lo que ya no se cultiva a causa de la goma) – generaron para muchos náayarite que la producción de opio de repente no resultara atractiva como estrategia de subsistencia.
De hecho, el desplome de la producción de amapola ha incrementado el número de habitantes que salen de sus hogares hacia ciudades cercanas o hacia explotaciones agro-industriales de la costa de Nayarit en busca de trabajo. Estas dinámicas conllevan las mismas consecuencias que siempre ha traído la migración para los peones mal pagados, expuestos a una cantidad de riesgos y abusos en la agricultura comercial intensiva, como por ejemplo, en la producción del tabaco. En estos espacios laborales, los trabajadores jornaleros también corren un alto riesgo de envenenamiento por plaguicidas. Finalmente, el alejamiento de la sierra también contribuye a la desarticulación de las familias y comunidades náayari, así como de su capacidad para reproducir su cultura.
Por otra parte, ciertos náayarite que habían tenido contactos con los carteles de la droga a través de sus actividades de cultivadores independientes de amapola, han sido contratados para trabajar como peones en plantíos de amapola en las sierras de Sinaloa y las partes circunvecinas de Durango y Chihuahua. One young man told me how he had recently travelled to these regions:
“… con mis primos primero [fuimos] a Culiacán, luego en un viejo camión escolar de la sierra hasta Soyotita. Allí nos encontró mi tío y nos llevó en su pickup sobre un loco, loco camino hasta muy adentro de las montañas; ¡híjole ‘mano, ir por ese camino daba mucho miedo! Por fin llegamos a un ranchito, totalmente rodeada de enormes plantíos de amapola… En diez días cosechamos 47 kilos de goma, que en aquel entonces todavía valía 32 pesos el gramo; pero nos pagaron un salario de 10,000 pesos, más comida y los costos del viaje. Había una cocina en el campamento junto a los plantíos donde trabajaban unas mujeres Tarahumara —ellas nos hablaban en su idioma y contestábamos en Náayari [se ríe]. Mi tío y algunos otros primos estuvieron allí desde unas semanas antes que llegamos para apoyar —¡sin duda, el patrón sacó unos 100 kilos en esa temporada!”
Entrevista – Abril 2019.
Sin embargo, los náayarite que no tienen tan buenas relaciones con ciertos capos del “Triángulo Dorado”, terminan laborando por sueldos de subsistencia que no rebasan los 150 o 200 pesos por día. En estos casos, familias enteras de hombres, mujeres y niños viven en condiciones insalubres en campamentos temporales cercanos a los campos de amapola, expuestos a contraer enfermedades y a merced de violentos abusos. Lejos de su tierra natal e integrados más fuertemente que nunca a la industria ilícita de la droga, estos trabajadores se desconectan de las prácticas que estructuran la vida política y social náayari, aún más que los migrantes de la costa.
Así, en mayo de 2018, mis notas de campo indicaban:
Es el día anterior al inicio de la Semana Santa, y aún es bastante tranquilo aquí en la cabecera […]. Los tenderos están tristones porque incluso los náayarite que no han abandonado la región se han encaminado de regreso a sus ranchos familiares en la sierra porque no pueden con la vida en el ‘pueblo’, donde “todo cuesta dinero…”. Así me lo expresó un anciano mientras tomábamos Coca-Cola cerca de la iglesia: “el pueblo está bien solito”.
Cuadernos de campo – 2018
De acuerdo con entrevistas llevadas a cabo a finales de 2020, los precios de venta de la goma no han mejorado mucho en los últimos tiempos. Esto ha producido una dinámica nueva, quizás más positiva a largo plazo. En efecto, varias familias han decidido regresar de las cabeceras comunales y municipales, así como del estilo de vida más “moderno” que allí se encuentra, para intentar vivir de la siembra del maíz, frijol y calabaza, y de la caza de venado en lo más remoto de la Sierra. Nuestros interlocutores argumentan que si sus antepasados pudieron sobrevivir así, aprovechando los nichos ecológicos que ofrece su tierra montañosa, ellos también podrán hacerlo.
Al mismo tiempo, esperan que así podrán escapar de las violencias – riñas entre borrachos, abusos de las fuerzas de seguridad, secuestros llevados a cabo por gente armada, peligros del uso de “cristal” – que han crecido durante los últimos años. Estos sucesos hacen la vida en la Sierra más difícil aún y para muchos parece llevar a la perdición el costumbre. Así, algunos de nuestros entrevistados perciben la caída sostenida del mercado de la goma como un parteaguas entre una época de relativa riqueza material acompañada por cierta degradación moral y espiritual, y un regreso al estado “tradicional” de las cosas, cuando las ganancias eran menores pero se podía vivir mejor lejos del alcance de los profesores, comerciantes, soldados y narcos, así como de la cultura “mexicana” y de la población mestiza en general.
Conclusión
Como hemos visto, el estudio de la integración de la economía amapolera en la sierra náayari requiere cautela y matices por parte del observador exterior.
El contexto de pandemia ligado al Covid-19 ha aportado un elemento más a la variedad de prácticas de adaptación de los naayarite a las embestidas del mundo que los rodea. Mientras que las comunidades se han cerrado para protegerse de la transmisión del virus, algunos de nuestros interlocutores afirman que un repunte de la demanda estadounidense de heroína podría estar levantando el precio del kilo de goma, asegurando una mayor fluidez económica en la Sierra.
Sin embargo, y a diferencia de lo que observamos en las zonas amapoleras de Guerrero, Sinaloa e incluso en ciertas regiones de Durango que colindan con Nayarit, las redes locales de compradores y narcotraficantes no parecen haber aumentado los precios ofrecidos a los gomeros náayari.
Frente a la ausencia de fuentes alternativas de ingresos, podemos imaginar tres escenarios para la sierra: un éxodo masivo en búsqueda de empleo; un asentamiento mayor en un estilo de vida más “tradicional” basado en la agricultura de subsistencia y en la práctica de un costumbre más “puro” al nivel familiar – sin las fiestas legendarias permitidas por el dinero de la amapola-; o una combinación frágil de ambas dinámicas, en un contexto de altísima incertidumbre.
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Notes
- El plural es náayarite. ↩︎
- México Unido Contra la Delincuencia (MUCD), Atlas de Homicidios 2018. ↩︎
- GREENBERG, J.B., BROWNING-AIKEN, A., ALEXANDER, W.L., WEAVER, T. (eds.), Neoliberalism and Commodity Production in Mexico, University Press of Colorado, 2021. ↩︎
- Para más información sobre el costumbre náayari, véaseCOYLE, P. From Flowers to Ash: Náyari History, Politics, and Violence, University of Arizona Press, 2001.VALDOVINOS ALBA, M., “Acciones e interacciones en el sistema normativo cora”, in. ALVARADO SOLIS, (ed.), Sistemas normativos indígenas huichol, cora, tepehuano y mexicanero, CDI, Mexico, 2009. ↩︎
- MORRIS, N., “Serrano Communities and Subaltern Negotiation Strategies: The Local Politics of Opium Production in Mexico, 1940–2020”, The Social History of Alcohol and Drugs, Vol. 34, n°1, 2020. ↩︎
- MORRIS, N., Soldiers, Saints and Shamans, University of Arizona Press, 2020. ↩︎
- COYLE, From Flowers to Ash, op. Cit. ↩︎